Tristeza y depresión ¿Cuál es la diferencia?
Empecemos por algo sencillo ¿qué significa tener depresión? Probablemente hayas escuchado este término en alguna ocasión y rápidamente lo hayas relacionado con la tristeza, y aunque son dos conceptos con algunos aspectos en común, no son lo mismo. Existe una gran confusión alrededor de esta cuestión, por lo que vamos a comenzar por tratar de explicar la diferencia entre ambos conceptos.
La tristeza es una emoción y como tal cumple una función, nos permite actuar de manera eficaz frente a las circunstancias que se nos presentan, tomarnos un tiempo para nosotros, mantener nuestra energía y volver a coger fuerzas de modo que podamos sobreponernos a un acontecimiento doloroso.
Como todas las emociones, es temporal, es algo pasajero que nos ayuda a adaptarnos a las circunstancias y es resultado de un suceso en nuestra vida.
Sin embargo, la depresión, o nombrándolo correctamente, un trastorno depresivo, como su propia denominación indica es un trastorno mental. Uno de los síntomas que aparece en un trastorno depresivo es la tristeza, pero le acompañan otros muchos síntomas de los que ahora hablaremos. A diferencia de la tristeza, no necesariamente debe haber un motivo concreto que produzca su aparición, se puede prolongar en el tiempo y suele requerir tratamiento psicológico.
¿Qué es un trastorno depresivo?
Pasemos ahora a definir en qué consiste un trastorno depresivo. Éste se caracteriza por la presencia de tristeza y/o pérdida de placer o interés por las actividades (necesariamente al menos uno de estos dos síntomas ha de estar presente), acompañado de otros síntomas tales como alteraciones del sueño, alteraciones en el peso o en el apetito, fatiga o pérdida de energía, inquietud o enlentecimiento, sentimientos de inutilidad o incapacidad, sentimientos de culpabilidad, dificultades para pensar o concentrarse, dificultades para tomar decisiones e incluso pueden aparecer pensamientos relacionados con la muerte o con el suicidio. Todo ello conlleva gran malestar e interferencia en la vida de la persona.
La perdida de gratificaciones y sus consecuencias
Los sentimientos de incapacidad, los sentimientos de inutilidad, la falta de energía o las dificultades para pensar y tomar o decisiones, hacen que la persona que sufre un trastorno depresivo abandone actividades y desatienda sus relaciones. Se pierden las ganas de hacer cosas que antes resultaban gratificantes y a consecuencia de ello la persona deja de recibir estímulos positivos del ambiente, es decir, aquellas cosas que antes aportaban alegría y diversión se descuidan. Es así como el problema se retroalimenta.
Un bucle del que es difícil salir
Por tanto, se entra en un bucle del que es difícil salir y además cada vez aumenta más el grado de malestar, ya que paulatinamente se van haciendo menos cosas y el aislamiento es mayor. En un primer momento, se deja de dedicar tiempo a las aficiones, pero progresivamente se van desatendiendo responsabilidades de la vida cotidiana. En esta situación resulta complicado encontrar la energía y la motivación para romper esta trampa, este círculo vicioso. Las estrategias de adaptación a corto plazo pueden bloquearnos con el tiempo, es decir, la tristeza que en un principio nos ayudó a mantener nuestra energía y sobreponernos a las circunstancias, ya no es útil.
Que no hacer cuando una persona atraviesa una depresión
El fenómeno de la indefensión aprendida
También es importante señalar que las personas con un trastorno depresivo muchas veces se ven envueltas en el fenómeno de la indefensión, es decir, adoptan una actitud pasiva ya que piensan y sienten que no pueden hacer nada ante lo que les ocurre. Esto sucede porque quizá sus intentos por solucionar el problema han fallado y no han dado los resultados que se buscaban. Cuando esto pasa de manera repetida, se aprende esa percepción de falta de control. Y como todo lo que aprendemos en la vida nos sirve de estrategia para enfrentarnos a situaciones, esto hace que repitamos la misma estrategia aprendida de manera reiterada, es decir, no hacer nada o creer que no se puede hacer nada, lo que se conoce como fenómeno de la indefensión aprendida.
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