El año pasado participé en una de las manifestaciones más concurridas en las que he estado.
Las calles de Alicante que constituían el itinerario previsto, parecían un hormiguero abarrotado. Para empezar a avanzar estuvimos más de una hora antes de poder dar los primeros pasos. Estaba atestado de gente con pancartas, carteles, pitos, megáfonos… el motivo de la misma eran los recortes del gobierno para los servicios públicos, especialmente en Educación. Fue una gran experiencia que nos permitió, por unos momentos, sentir la solidaridad y la unidad, al luchar por un bien común, como es el hecho de que cualquier persona tenga acceso a una educación pública, gratuita y de calidad.
Al día siguiente, en el instituto, comentamos con los compañeros el alcance de la manifestación. Apenas había salido en los medios locales y ni siquiera “Canal 9”, la televisión más importante de la Comunitat Valenciana, había cubierto el evento.
A mediodía vi los telediarios y comprobé con rabia que para el resto del país aquello nunca había sucedido.
Hasta aquel momento no me había planteado hasta qué grado está sesgado mi punto de vista, y aprendí que las noticias que me llegan de lo que pasa en el mundo, son aquellas que “unos pocos” deciden que formen mi realidad; al igual que las que no interesan se ocultan en la “cara b” o se guardan bajo llave y aquí no ha pasado nada.
Por este motivo, la semana que ocurrió lo que calificaron los medios como atentado, en Londres, me planteé algo aún más grave:
Los medios de comunicación, guiados por no sé muy bien quién, tienen el poder de dirigir nuestros odios y pasiones en un sentido u otro
en función de intereses tan ocultos que una simple mortal como yo nunca alcanzará a vislumbrar.Me estoy refiriendo a la muerte de un joven soldado a manos de un ciudadano de origen nigeriano, en medio de la calle y a plena luz del día.
Las imágenes salieron en todos los telediarios; en ellas se veía a una persona con las manos ensangrentadas hablando con una mujer. A unos metros yacía un cuerpo en el suelo, otra mujer a su lado, al fondo algunas personas mirando y otras pasando rápido por aquella dantesca escena.
El hombre con las manos manchadas de sangre empuñaba un machete y enunciaba a la cámara: “Ojo por ojo y diente por diente”. Decía también que sólo dejaría acercarse a las mujeres ya que en su país natal (Nigeria), éstas tenían que ver a diario a sus hombres morir, por culpa de la intervención de ejércitos como el de su país de acogida (Gran Bretaña).
Los periodistas informaban que se trataba de un converso al islam y nos mostraron imágenes del supuesto imán que lo había convertido, afirmando que el criminal era, en realidad, una buena persona.
Me llamó la atención cómo la noticia estaba enfocada a “la conversión al Islam» y a que aquel chico había pronunciado el nombre de Alá al cometer su crimen”. Al terminar el día, en Londres se había desplegado un arsenal de policías y agentes de seguridad pues se preveían acciones violentas por parte de grupos radicales, en contra de los musulmanes y extranjeros, por las calles de la ciudad.
No se indagaba en absoluto en los motivos que le habían llevado a hacer eso, no se profundizó en qué le podía haber llevado a cometer aquel acto de crueldad infinita.
Es decir, ese hombre mencionó su situación en Nigeria y lo usó como justificación; y ni un solo medio se dignó a completar la noticia con información sobre ese país castigado por la guerra y la hambruna. Nadie nos facilitó datos como que es un país de más de 160 millones de habitantes, que como tantos otros países africanos, había sido cuna del comercio con esclavos y una colonia europea hasta 1960, que proclamó su independencia. Uno de los países con un PIB más alto pero que la mayoría de sus familias subsisten con menos de 2 dólares diarios.
Una zona “pegada a retales” con más de 30 estados que conforman la nación y cerca de 200 etnias, muchas de ellas en guerra.
Un país con el que se ha jugado al “Catán” por el petróleo y sus materias primas.
En la década de los 70 sufrió las consecuencias de la guerra de Biafra y los niños morían por millares, de inanición y enfermedad. Un país dónde sus gentes han sido tratadas de salvajes y analfabetas por las naciones desarrolladas, que se creen con derecho a “domesticar” a las personas desde sus 5000 km de distancia que los separan.
En definitiva, en mi humilde opinión, creo que es más cómodo poner un filtro de ignorancia y echarle la culpa al Islam, que mirarse al espejo y preguntarse qué hemos provocando con nuestras acciones (pasadas y presentes).
Un apunte final: más del 50 % de la población nigeriana profesa la religión musulmana.
¿Crees que nos manipulan los medios de comunicación?
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