Hay un juego muy conocido que consiste en acertar la persona u objeto en que está pensando el otro jugador, en tan sólo 20 preguntas de “sí o no”.
Hagamos un experimento: le pediré a mi marido que acierte en quién pienso, transcribiré aquí las preguntas que él me vaya haciendo y mis respuestas.
- ¿Es humano? Sí
- ¿Es hombre? Sí
- ¿Lo conocemos personalmente? No
- ¿Es español? No
- ¿Es americano? Sí
- ¿Es político? Sí
- ¿Es de raza negra? No
- ¿Era actor? No
- ¿Tuvo un affaire con Mónica Lewinsky? No
- ¿Es norteamericano? Sí
- ¿Es Bush? Sí
Como veis no ha hecho falta ni llegar a las 20 preguntas. Podéis hacer la prueba en casa y comprobaréis que la tasa de acierto es bastante elevada. ¿Por qué ocurre esto?
El cerebro humano está programado para interpretar los estímulos que recibimos a través de nuestra percepción (vista, oído, tacto, gusto y olfato). Dicho proceso de interpretación consiste en traducir los estímulos entrantes en códigos de información coherentes para nuestro cerebro, y así poder identificar lo que estamos percibiendo a la vez que evaluamos diferentes aspectos, como son:
- ¿Es conocido o desconocido?
- ¿Es peligroso para mí?
- ¿Me gusta?…
La información resultante de este proceso es almacenada y memorizada para que la próxima vez que nos encontremos con ese objeto, animal, persona, imagen, sonido… podamos reconocerlo y ofrecer la respuesta más adecuada para nosotros: cogerlo, olerlo, huir, quedarme quieto, ponérmelo…
Vamos a subir un escalón más en esta explicación. No sólo aprendemos de lo que percibimos, sino que para que ese aprendizaje sea más efectivo, utilizamos las características prototípicas de cada estímulo para clasificarlo y poder evaluarlo más rápidamente. De esta forma, vamos ordenando nuestro mundo por categorías o estereotipos, que nos van a simplificar la tarea de reconocimiento e interpretación de la información nueva. Pongamos un ejemplo:
De pequeños aprendemos que hay diferentes tipos de seres vivos: animales, insectos, personas, plantas… En el colegio nos enseñan que los animales se dividen en: mamíferos, anfibios, peces, aves y reptiles. Dentro de los “mamíferos” también hay felinos, roedores, marsupiales… y así descubrimos que hay decenas de categorías que nos ayudan a clasificar las miles de especies animales que existen. También que las categorías se crean en función de las características comunes de sus integrantes: los mamíferos tienes pelo, las aves plumas y los peces escamas.
El ejemplo de los animales se puede extrapolar a objetos, personas y demás. Así pues, si estamos mirando un objeto rojo, redondo, pequeño y va envuelto en un plástico transparente podremos intuir que se trata de un caramelo. Si además de la vista, utilizamos el olfato y el gusto, y con ello apreciamos su dulzor, podremos afirmar que, en efecto, se trata de un caramelo de fresa.
En resumen, de esta forma aprendemos desde que nacemos. El infante explora el mundo que le rodea con sus sentidos y va almacenando en su memoria toda la información que percibe y las consecuencias de su interacción. Esa información se ordena por categorías en su mente y así resulta más sencillo interpretar las nuevas experiencias que va adquiriendo.
Entonces… ¿juzgamos a la gente antes de conocerla? ¿hacemos caso de nuestros estereotipos? Sí.
Es algo innato y muy “humano”, pues cuando nos presentan a un desconocido utilizamos nuestros sentidos y nuestras experiencias anteriores, para intentar clasificarlo en alguna de las miles de categorías que tenemos almacenadas en nuestra memoria, evaluar la posibilidad de peligro y actuar en consecuencia. Muchas veces nos equivocaremos, porque la apariencia no lo es todo; pero también nos servirá para salir corriendo si de repente dicho desconocido saca un objeto punzante, de acero y afilado de su bolsillo.
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