Todos conocemos a alguien que presume de ser una persona que nunca miente.
Ese alguien se sorprendería al saber que realizar tal afirmación implica decir una gran mentira.
Si recurrimos a los estudios estadísticos podemos comprobar, con mayor o menor sorpresa, que lo hacemos una media de 7 veces al día y que apenas hay diferencia entre hombres y mujeres; la diferencia estriba en las señales que nuestro cuerpo emite a la hora de mentir (los hombres emiten más o las disimulan peor). Porque aunque el ser humano sea un experto mentiroso con “la palabra” no lo es tanto con su cuerpo. Nuestros gestos, posturas y movimientos acompañan a nuestros pensamientos (es lo que llamamos expresión no verbal) y cuando nuestro discurso oral difiere de la realidad respecto a lo que pensamos o sentimos, nuestro cuerpo nos puede delatar con un sinfín de señales de las que somos poco conscientes. Ejemplos de ello son:
- No mirar a los ojos de nuestro interlocutor.
- Ladear levemente la cabeza.
- Mordernos el labio inferior.
- Sudar…
Los llamados mentalistas (esas personas que te adivinan el pensamiento) o los médium (aquellos que dicen comunicarse con tus seres queridos ya fallecidos) se aprovechan de estos movimientos inconscientes para “adivinar” cosas que sólo sabemos nosotros (o sólo creemos saber).
Otro dato curioso sobre la mentira es que a ella se pueden asociar algunos trastornos psicológicos importantes como la mentira patológica y los delirios.
- El primero de ellos se asocia con una necesidad compulsiva de mentir, en la que la persona que lo padece desvirtúa y exagera de manera contínua su realidad hacia los demás y ni siquiera admite o se da cuenta de las veces que lo hace porque lo tiene normalizado en su conducta. La mentira compulsiva suele ir asociada a otros trastornos o síntomas patológicos de base como son: personalidad narcisista, baja autoestima, personalidad histriónica… y se debe tratar como una compulsión.
- El segundo de los trastornos mencionados, el delirio, va vinculado normalmente a trastornos del tipo psicótico (como las esquizofrenias), y se caracteriza por que la persona afectada relata una historia o dice que le han pasado una serie de acontecimientos en su vida que no son reales. ¿Cómo puede saber un especialista que está delante de una idea delirante o que lo está de una historia real? Pues es sorprendentemente sencillo, pues el delirio “crece con el tiempo”, es decir, la historia se va volviendo más elaborada y detallada conforme el paciente la cuenta más veces (justo al contrario de cómo funciona la memoria, que pierde nitidez y detalle con el paso del tiempo). Los delirios suelen desaparecer con tratamientos farmacológicos (antipsicóticos) acompañados de terapia psicológica para “desmontarlos”.
Por último, decir, que si pensamos que el ser humano es el rey de la mentira en el mundo animal, nos equivocamos de cabo a rabo.
Innumerables especies de aves, reptiles, peces e insectos, se valen de su habilidad para “mentir” (camuflaje, disimulo…) a la hora de sobrevivir: el insecto palo, las mariposas, el coral falso o el camaleón. Y es más, un matrimonio de psicólogos comparativos estadounidenses, Deborah y Roger S. Fouts han obtenido resultados sorprendentes con los chimpancés. Tras 40 años trabajando con ellos, han demostrado que estos animales pueden adquirir un lenguaje gestual para comunicarse (con signos y símbolos) y que, a su vez, los utilizan también para mentir.
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